Al final de esta carta no te parecerá nada extraño lo leído en ella, y no vale la pena explicarlo. La palabra “pobreza”, siete letras que describen lo que existe entre tú y yo; una relación desgastada a tan poco tiempo de andar. Tú, en tu esquina, siempre con la palabra cierta; yo, deambulando alrededor, buscando una expresión que me permita alcanzar lo que debo… deber, que grande es en la vida de cada uno, y que gran aporte ha sido.
Relación: no me conoces, te desconozco, no desconfías de mí, yo te tengo miedo, no es necesario hacer notar la diferencia. Con el tiempo los sentimientos se enfrían, y yo me voy congelando, tú ya pareces haber muerto de hipotermia. Cada vez que te escucho, descargas tu rabia, me traspasas toda la pena con la que has cargado por años, y mientras más me esforzaba por revertir la situación, siempre volveremos a lo mismo. Lo nuestro nació muerto, quiero decir, nunca nació. Soy el resultado de una mala decisión, de esas tantas que solemos tomar, y no me mal interpretes, no te crítico, pero es la verdad, y en tu cabeza has sabido enmascararlo, has tratado de amarme, lo he sentido un par de veces en la vida, es concreto cada fin de mes, flagelas una parte de ti y me la entregas en pos de mi futuro, pero ya es tiempo de avanzar. Con esperanza me dormí cada noche que ya quedó en el pasado, con incertidumbre desperté, y con amargura me enfrente a la realidad de saber, de tu boca, que hiciese lo que hiciese, las cosas nunca serían diferentes. Sé que nunca piensas en estas cosas, no tienes tiempo, nunca las conversas con nadie, no confías, eres el señor que ha sabido superar cada obstáculo de la vida, siempre con la cabeza en alto y con seguridad que te entrega hacerlo con el consentimiento de una sociedad que te aplaude por ser honrado, honesto.
Estas palabras no tienen esperanza alguna de lograr un cambio, y menos son en pos de una mejora. Como sabes, todo proceso que no tuvo buena planificación, un análisis pobre, jamás se podrá llegar a una buena puesta en marcha.
He perdido las esperanzas; alguna vez te dije que me habías defraudado y fallado, te pido disculpas por ello, la verdad nunca debí tener expectativas. Pensé en odiarte, hablar y delatarte, tomar prestada unas cuantas de tus frases y decírtelas, poner un espejo frente a tu cara, o quizás hacer un mero enjuiciamiento de tus actos, mas pobre aún recordarte cada cosa que he tratado de hacer por ti, pero no entraré a jugar, debo dar la vuelta y tratar de encausar mi vida con sentimientos limpios y sin rencor; los resultados saltan a la vista. Te entrego mis armas, bajo los brazos y cuelgo mi cabeza para que cuando quieras puedas volver a repetirme todos mis errores, repetir que no he valorado tus actos, que soy indigno, esta es mi muerte.